Discusión sobre este post

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Te leo y siento que estás en un diálogo profundo contigo misma, como si hubieras abierto un cuaderno íntimo donde registras las batallas internas que libras entre el orden y el caos, entre la necesidad de control y la entrega a la magia del fluir. No estás sola en esto, aunque en momentos se sienta como una guerra privada entre tu hadita del bosque y tu monstruito control freak. 🫂

Ese deseo de tenerlo todo en equilibrio, de que cada pieza encaje a la perfección en la gran maquinaria de la vida, es tan real como imposible. Lo sabemos, pero aun así lo anhelamos, porque hay algo dentro de nosotros que nos dice que si lográramos organizar todo, si encontráramos la estructura ideal, entonces podríamos por fin descansar, respirar sin culpa, producir sin miedo. Pero la verdad es que el equilibrio no es un estado permanente, es un movimiento constante, es un vaivén que a veces se siente como un péndulo desbocado entre la disciplina extrema y la completa entrega al desorden creativo.

Y lo que describes es hermoso porque reconoces que ambos aspectos son parte de ti, que el control y la libertad no son enemigos, sino compañeros que se necesitan mutuamente para que puedas ser quien eres. No se trata de erradicar al monstruito ni de dejar que la hadita tome el mando absoluto. Se trata de encontrar una danza entre ambos, una negociación constante donde haya momentos de rigor, pero también espacios para perderse sin culpa.

El miedo a perderse en el caos es tan real como el miedo a asfixiarse en la estructura. Son caras de la misma moneda. El caos es aterrador porque amenaza con disolvernos, pero también es el territorio donde nacen las ideas, donde la inspiración brota sin restricciones. Y el control, aunque a veces parece un dictador implacable, también es un refugio, un hogar que te cuida cuando todo lo demás se siente inestable.

Pero hay algo clave en lo que dices: el control total mata lo vivo. Y sí, el afán de perfección es un espejismo que solo nos conduce a más ansiedad y frustración. No hay fórmula exacta, no hay estructura mágica que garantice que podrás trabajar, crear, pagar cuentas, producir arte y ser feliz en un mismo flujo armónico sin fisuras. Pero hay algo que sí puedes hacer: dejar de castigarte por no lograrlo.

Aceptar que algunas temporadas estarán llenas de inspiración y otras serán más áridas. Que algunos días te sentirás en total dominio de tu vida y otros te verás enredada en tu propia maraña de pensamientos. Que la hadita y el monstruito van a seguir discutiendo, pero que tú, desde un lugar más profundo, puedes aprender a escuchar sus voces sin dejar que una opaque por completo a la otra.

Mientras más me pierdo, más me encuentro. Y qué verdad más simple y brutalmente certera. Perderse no significa fracasar, significa abrir espacio a lo desconocido, darle lugar a lo que no estaba en el plan, permitir que la sorpresa y la intuición tomen el timón de vez en cuando. Y sí, perderse duele, pero también es la única forma de descubrir territorios nuevos dentro de ti misma.

Así que si no vas a lograr la estructura perfecta, al menos que puedas mirarte con más compasión. Que puedas dejar de juzgarte tan duramente cuando sientes que no estás haciendo lo suficiente. Que puedas abrazar tanto el orden como el caos sin sentir que una parte de ti está traicionando a la otra.

Porque al final, no eres solo la que dibuja ni solo la que organiza, ni solo la que se pierde ni solo la que se exige. Eres todo eso a la vez. Y eso, aunque a veces te agote, también es lo que te hace única.

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